Cuando fuí al Vaticano con mi madre, escribimos un par de postales y las enviamos desde allí. Anoche mientras hablaba con ella le pregunté si habían llegado las tarjetas enviadas. Me dijo que si, que habían llegado el mismo día que ella regresó. Me comentó que Doña Carmelita, una de mis vecinas destinatarias, fue a darle las gracias por el gesto, y le enseñó la postal enmarcada en un cuadro. Sentí gusto por el hecho, pero a la vez se me hizo un poco excesiva la importancia que le había dado a la postal.
Valoré la importancia de las cosas que para otros no necesariamente tiene. Entendí que cuando alguien se va, las personas que mas lo resienten son los que se quedan, en la misma vida de siempre. Donde un simple "hola" del allá desconocido toma mayor relevancia que el "buenos días" de siempre. Lo comprendí a través de la nostalgía que me invade cada vez que viene alguien a visitarme, y al otro día de su partida vuelvo a seguir, en la rutina de todos los días.
domingo, 30 de marzo de 2008
En el mismo lugar
Publicado por jorge a. en 11:49